jueves, 25 de junio de 2009

historias de famosos fugaces









Claudio Edgar Benetti
Antes de convertirse en el protagonista del cuento de hadas más festejado en la década del ‘90, este humilde chico nacido en Córdoba había llegado a las inferiores de Boca Juniors con 14 años y un hambre de triunfo que no cabía en esa frondosa melenita que exhibió durante gran parte de su trayectoria.
Clásico volante central con aproximación al arco rival, hizo todos los palotes necesarios para llegar a la Primera, en una época donde no se le daba la importancia real a los pibes de la cantera.
Así y todo logró su cometido. El 18 de julio de 1992 debutó ante Gimnasia y Esgrima La Plata, y luego tuvo la chance de estar a mano del técnico, el Maestro Tabárez, pero desde el banco de suplentes, ya que el titular era José Luis Villarreal.
Precisamente fue Villita el que se lesionó durante la semana previa a la última fecha del torneo Apertura ‘92, y de esa manera, involuntariamente, abrió las puertas de la fama para su reemplazante.
El 20 de diciembre de ese año, Claudio Benetti jugó de titular en el cuestionado partido ante San Martín de Tucumán en el que Boca debía sumar un punto, y en cuestión de minutos se transformó en el héroe menos pensado.
Con el score 1 a 0 en contra, el pibe realizó la proeza inimaginable. “Nunca olvido ese momento -aseguró tiempo más tarde al Diario Clarín-. Giunta peleó una pelota en el medio y me la tocó. Pude eliminar a Chazarreta y Onaindia. Y rematé con alma y vida. No sé si fue un gran gol, pero sirvió para darle alegría al pueblo de Boca” .
La igualdad en un tanto selló el campeonato para el conjunto Azul y Oro después de once frustrantes temporadas. Benetti había hecho historia, pero casi que ni se enteró. “Lástima que no pude disfrutar tanto. Porque un pelotazo de Oscar Acosta me golpeó la cabeza y me dejó muy mareado. Lo único que recuerdo es que al final del partido me alzaban y me movían, pero yo no sabía por qué. Me desperté en un hospital y mis familiares me felicitaron por la vuelta olímpica“, dijo en una oportunidad.
A raíz de ese gol consagratorio durante las semanas posteriores pululó por infinidad de programas
deportivos, pero lo que realmente llamó la atención fue su aparición en el clásico de los mediodías, Almorzando con Mirtha Legrand. La señora lo recibió como a una estrella mas y se sorprendió cuando el jugador le obsequió una torta alusiva a la celebración.







El éxito del mediocampista dio los primeros indicios de su condición de efímero cuando al año siguiente lo prestaron a Belgrano de Córdoba (1993/94, 15 partidos y 2 tantos) y ante la primera posibilidad de enfrentar a su ex club lo embocó.
“Me gritaban desagradecido, muerto de hambre o negro. No me perdonaron que festejara el gol celeste, en el Chateau. Quería que me tragara la tierra, porque nunca me insultaron tanto“, contó.
Su regreso a Boca en 1994 no fue el mejor, claro. Apenas le dieron un lugar en el plantel y tras completar 9 partidos con esa camiseta (sumando las dos etapas) quedó colgado del Mundo.

Desaparecido durante casi dos años (aunque volvió al Xeneize de Bilardo y se agarró a las trompadas con Nelson Vivas), ubicado en el poco competitivo Universitario de Córdoba después, recién recuperó espacio en los primeros (o segundos) planos cuando firmó para Nueva Chicago y disputó 15 encuentros de la temporada 1997/98, en los que marcó en 3 ocasiones.
A esa altura ya convertido en un referente ineludible de los futbolistas con el síndrome de Warhol, supo muy bien que los intentos por volver a ser un jugador de Primera serían en vano. Sin embargo, hizo lo que tuvo al alcance y en 1998, gracias a Mauricio Macri, pudo realizar la recuperación de una lesión en las instalaciones del club que lo había visto crecer, e incluso entrenó durante el lapso de dos semanas junto al plantel de Carlos Bianchi.
Ese mismo año también se acercó a una multitudinaria convocatoria que había realizado Huracán para jugadores libres. Más de 100 futbolistas desocupados formaron la cola en el SETIA, en Ezeiza, para ponerse bajo la mirada de los entrenadores del Globo, Oscar López y Oscar Cavallero. Todos menos Benetti, que quedó mirando las evaluaciones y se despachó con un “Necesito club, pero de ninguna manera me voy a someter a una prueba de este tipo. Le voy a pedir a la dupla que me someta a una evaluación pero con los profesionales de Huracán“.
Lejos de volver a pegar un pase al exterior (estuvo en Temuco de Chile, en Melgar de Perú y, según cuentan, en Dallas Burn de Estados Unidos), en 2001 recaló en Huracán de San Rafael de Mendoza, equipo que descendió al Torneo Argentino B envuelto en un maraña de problemas económicos e institucionales.
Vinculado luego a Estudiantes de Río Cuarto (2002/03), no sabemos a ciencia cierta cuándo colgó los botines pero estimamos que oficialmente no jugó mucho tiempo más.
Ya en su traje de ex gloria se dedicó a actuar para Boca en partidos de veteranos. En noviembre de 2005, por ejemplo, enfrentó a Argentinos Juniors y marcó 3 goles para rubricar un amplio 8 a 1. Ese día opacó la presencia de sus compañeros, Maradona, Mac Allister, Mancuso y Basualdo, entre otros.
Esa última imagen, quizás, resume una sensación generalizada que contiene una verdad. Benetti podrá hacer mil goles, jugar con el mejor del Mundo, ser un DT exitoso y hasta triunfar en otra profesión. Pero en el inconsciente del futbolero medio siempre será ese pibe que metió el gol de su vida y que aún está ahí, bien arriba, trepado al alambrado con una cara de miedo que anticipa su oscuro destino.

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