EL DESCANSO DE LOS HOMBRES SENSIBLES
Alejandro Dolina
Cada año ciertas personas interrumpen sus trabajos cotidianos para tomar algunos días de descanso. Esta circunstancia no parece muy sabrosa en su primera descripción. Sin embargo, la complejidad de nuestro tiempo ha decorado el asunto con asombrosos firuletes de causa y efectos. Y entonces el modesto fenómeno produce toda clase de inesperadas consecuencias: las valijas, los hoteles, las empresas de turismo, las ciudades balnearias, el alquiler de bicicletas, los productos bronceadores, las tarjetas postales, los baldecitos, los suplementos de las revistas, los caracoles pintados, las carpas, el cierre temporario de las panaderías, las audiciones desde la costa, las casas rodantes y la imperdonable canción Vamos a la playa.
El escritor Manuel Mandeb reflexionó sobre estas cuestiones en un trabajo titulado “A favor y en contra de las vacaciones”.
En la primera parte, el autor lanza denuestos sobre las costumbres veraniegas. En la segunda se refuta a sí mismo, y en el confuso epílogo sostiene que ambas posturas son verdaderas o tal vez falsas.
Resignémonos a examinar algunos tramos de esta obra que muchos reputaron hegeliana, quizás queriendo decir que era insoportable.
“... Los escribanos y profesoras de geografía dicen encontrar en sus licencias anuales la ocasión para hacer lo que en verdad desean. Lo que equivale a confesar que durante el resto del año, estas personas viven contrariando su verdadera voluntad”.
“... Pero mayor todavía es nuestro estupor cuando observamos la conducta que mantienen en sus breves períodos de plena libertad. Al parecer, todo lo que necesitan para rebelarse contra el destino es trasladarse a un balneario”.
“... Si el verano presupone un cambio de hábitos, nada cuesta suponer el disgusto que sentirán las gentes satisfechas de sus procederes ante la necesidad de modificarlos.”
“... Lo ideal sería (aparentemente) actuar siempre conforme a la propia voluntad. Es decir, hacer siempre lo que uno desea.”
“... Pero ahora, en este último instante, se cuela una objeción imprevista: las personas más nobles no desean obrar a su capricho. Yo mismo no quiero hacer lo que quiero.”
No es novedosa la opinión de Mandeb. Ortega afirmó que la nobleza se define por la exigencia, por las obligaciones y no por los derechos. “Noblesse obligue”. Vivir a gusto es de plebeyos, decía Goethe.
Ya vemos cuán lejos de la playa nos ha arrastrado Mandeb. Busquemos la orilla y veamos al polígrafo de Flores ya reconciliado con las vacaciones, en la segunda parte del libro que nos ocupa.
“... Bien está en el crepúsculo de esta monografía reconocer que los dignos afanes por ganar nuestro sustento suelen alejarnos de los goces del espíritu y aun del cuerpo. Pueden ser entonces las vacaciones unos rincones floridos del tiempo, que el criollo despierto sabrá aprovechar para asomarse a los misterios del universo o para atropellar a alguna morocha. El amor y el conocimiento. No hay mucho más en la vida.”
En los años dorados de Flores, el barrio tuvo su propia agencia de turismo. Su nombre, LA HUELLA, tal vez fue una criollada. Pero de allí salieron algunas ideas muy originales y un criterio comercial cercano a la demencia.
Sin transitar los dudosos pasillos de la leyenda, podremos imaginar el funcionamiento de esta empresa, gracias a uno de sus folletos de publicidad que se ha conservado casi entero.
Allí se proponen planes de veraneo cuyos pormenores conoceremos ahora, no sin padecer las estridencias del lenguaje utilizado.
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Maravilloso viaje a un país lejano cuyo idioma y costumbres usted desconoce. Experimente la hostilidad de los nativos y la prepotencia de las autoridades. Centenares de bárbaros se burlarán de usted. Pase las horas de sus comidas entre la inquietud y la repugnancia. Precios muy ventajosos.
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Usted sólo pagará los gastos de traslado hasta el puerto. Después (si tiene suerte) atravesará los mares del mundo a bordo de este lujoso paquebote. Disfrute un crucero diferente junto a toda su familia.
A SUERTE Y VERDAD
Plan sorpresa. Nosotros elegiremos por usted, para evitarle fatigosas cavilaciones. Lo llevaremos a un magnífico lugar, cuyo nombre y características no le comunicaremos. Muchos de nuestros clientes han vivido días inolvidables, aunque no sabrían decir dónde.
El mayor suceso de la agencia fue la promoción del balneario PLAYA DESIERTA. Se eligió un punto cualquiera de la costa atlántica y se instó a las personas a viajar allí.
El argumento decisivo consistía en declarar que nadie iba jamás a ese lugar. Ya se sabe que los espíritus delicados aman la soledad. Así fue que muchos se trasladaron a Playa Desierta. La fama del paraje creció a lo largo de las temporadas y al cabo puede decirse que verdaderas muchedumbres llegaban al balneario con el propósito de hallar un rincón solitario.
La paradoja no tardó en declararse: el éxito fue causa de la decadencia. Al perder su desolada virtud la playa fue abandonada por multitudes desengañadas hasta que al final quedó otra vez, y para siempre, desierta.
Manuel Mandeb relacionó este episodio con el impresionante número de visitantes que recibe anualmente Mar del Plata.
“... Es difícil encontrar una explicación convincente. Todo el mundo detesta las aglomeraciones. En Mar del Plata hay aglomeraciones. Luego, nadie debería acercarse por allí”.
“... Me atrevo a postular una teoría audaz. No hay en Mar del Plata turistas lisos y llanos sino individuos que viven del turismo y trabajan en esa ciudad durante el verano: vendedores de chorizos, croupiers, empleados de hoteles, camioneros, colectiveros, cocineros, mozos, guardavidas, recepcionistas, aviadores, actores, músicos, futbolistas, árbitros, bailarines, magos, periodistas, editores, locutores, humoristas, telefonistas, cantantes, reposteros, adivinos y publicitarios”
“... Si agregamos a los familiares y acompañantes de estos trabajadores, hallaremos que suman millones. Todos se abastecen mutuamente: el croupier va al teatro, el actor va a ver fútbol, el futbolista come pizza y el pizzero escucha la radio. De este modo, la ciudad se mueve y los fenómenos económicos se cumplen como si hubiera turistas verdaderos.”
Este que escribe siente que el veraneo es un privilegio de la juventud.
Un señor maduro, con su esposa, podrá pegarse un baño, pasear, ir al teatro o al casino. Pero verá pasar a su lado la belleza del diablo. No podrá enamorarse, no podrá pisar el terreno incierto de la aventura.
Cruel como el Carnaval es el verano. Se necesita guapeza para enfrentarlo, para dominarlo y gozarlo en su brutalidad pagana.
Nosotros, de este lado, hombres fuertes y jóvenes, pero tocados ya por el mal del otoño y de las sombras, nos atrevemos todavía a compadrear ante el sol.
No tenemos miedo a meternos bien adentro, allí donde no se hace pie. Pero sabemos que ya tras el horizonte ha nacido una ola que se va acercando a la playa. Pronto nos alcanzará y de un solo saque nos apagará las últimas brasas del alma.
Después... ya no habrá mas olas para nosotros.